Diego
Azar es el director musical de la Orquesta Subtropical, una
inesperada reunión de tuqueros que se propusieron renovar el
cancionero de baile montevideano. El disco Tropicalgia
incluye fuertes dosis de
candombe, plena danza y malvinaso.
Poco
importa lo que se dice. Lo que importan son los resultados. En el
caso de la música, estrictamente de los discos, por más que se los
pueda definir como discursos sonoros virtuales (chácharas del mp3 en
adelante), el producto es físico, con esa identidad que deviene de
una construcción original factible de ser reproducida. Diego Azar
-por ejemplo- es un músico que habla, y mucho, que elabora
discursos, que se muestra iconoclasta, que es capaz de defender la
más férrea experimentalidad, provocar a los atávicos del formato
canción, demostrar que los sonidos de un instrumento, o de un grupo
de instrumentos, no están muy lejos de la política, entendida como
escenario de románticas batallas de ideales que se mueven y
desplazan para ganar y perder hegemonías colectivas.
Pero Azar
es también un músico que hace, que factura discos que no han pasado
inadvertidos: primero fue Almohadones (en
plan solista) y luego No (firmado
como Santo Azar, en su asociación con Santiago Lorenzo), un viaje en
el que el ego fue desplazándose del instinto de cantautor al de
director musical de una orquesta propia que no desentonara en
whiskerías y descartara toda posibilidad de convertirse en la "nueva
gran cosa". En esencia, un acto político-musical premeditado,
similar al que hicieran los Scritti Politti en la Inglaterra de
finales de los 70, al dejar de ser la factoría más experimental del
pospunk para derivar en una cristalina banda funk capaz de traducir
la música de baile de los barrios obreros londinenses. Esa
transformación -que tiene mucho de utópico viaje a una autenticidad
ideal- no se produce con un simple chasquido de dedos, ni a partir de
un discurso complejo e ingenioso. Construirla puede llevar varios
años, o incluso una vida. Por eso es más que importante, para
contextualizar el disco Tropicalgia,
conocer el trayecto musical de Azar desde el concepto de su primer
disco a este notable homenaje al ritmo de los barrios Sur y Palermo.
Un punto
de partida pasible de ser fechado, en el caso de la gestación de la
Subtropical es el track 1 del disco Almohadones,
la canción "Cumbia mambera", una humorada experimental
para la que Azar utiliza una superposición de bandoneón y saxo para
emular los caños de una orquesta. Hay otros tantos viajes sonoros en
ese mismo disco, dedicado a la figura legendaria de Walter Venencio,
que fueron interpretados como experimentales, rótulo al que Azar y
su compadre Santo les parece incomodar y del que han buscado escapar.
"Después de un toque
en la Zavala Muniz, fue que le dije a la barra 'vamos a hacer una
banda de plena, paralela a todo esto, para tocar wiskerías', a lo
que recibí un sí unánime", cuenta Azar, y deja bien claro que
la esencia es exactamente la misma: "A mi entender, no hay
demasiada diferencia entre Almohadones
y Tropicalgia;
siguen la misma línea y se resignifican uno a otro".
La
portada de Almohadones, en
riguroso blanco y negro, con tipografía clásica de Ayuí, está a
kilómetros de distancia del colorido irónico latino de la de
Tropicalgia, que sigue
los cánones visuales de los discos de música de baile. Es más, un
código de barras sustituye al logo de Ayuí, que se deja ver en la
contratapa del librillo, escondido para potenciar el impacto de la
humorada.
La
primera canción -"La negra Sofía"- obliga a ponerse a
bailar, a dejar de pensar en ironías y conceptos. La cosa no para
con las siguientes: "Plena del hereje", "Mandinga"
y "Sin sabores", las tres firmadas por Azar y la cuarta por
Lorenzo. El candombe y la plena danza se llevan muy bien, se
entienden en la perfección en la traducción de la Subtropical, en
la que el color está dado por el metálico sonido del tiple de Azar,
el bandoneón de Santiago Lorenzo, el saxo de Sallés, el bajo de
Balseiro y las percusiones y baterías del Boca Ferreira, Gerónimo
de León y Carlos Fortes, quien mete también muchas de las voces
solistas y algunas guitarras. El ensamble se suena todo y tiene un
interés extra, que no es menor: aporta doce composiciones originales
a una tradición que es más versionadora que creadora, registrando
toques propios bien montevideanos, de hibridaciones marginales como
el malvinaso.
"No
hay investigación, sino vivencia", cuenta Azar. "Toco
desde muy chico y mis primeros maestros, de adolescente, cuando era
guitarrista de jazz, fueron los barrios Sur y Palermo, y ahí se
escucha plena y candombe desde que tengo memoria. Además, en la
primera mitad de los noventa, fui varias veces al Euskaro Español a
ver bandas; me gustaba mucho lo que pasaba ahí. Siempre me gustó.
Todo, la cosa de que sólo se bailara con música en vivo, los
ritmos, la plena danza, el malvinaso, todas cosas de acá. De hecho,
las vueltas de la vida me fueron dando amistades de esos ambientes a
quienes admiro desde adolescente".
"Las
canciones son siempre excusas", asegura Azar. Es por eso que en
la segunda mitad del disco la Subtropical ensaya un homenaje a Combo
Camagüey -versionando "Dos caminos", "Tinguilín"
y "Negro chombo"-, una forma de rescatar una forma de plena
que se ha perdido. Hay otras satisfacciones muy personales: "Ruido
de cadenas" es un tema de Fortes arreglado por Azar ("me
honra que Carlitos confiara en mí para arreglar semejante canción;
es una de las cosas más lindas que me han pasado") y la
inclusión de una auténtica cuerda de tambores en "Llamada
navideña", canción que cierra un disco que se suena todo y
aparece como una de las novedades más interesantes de la última
música popular montevideana. Tropicalgia
demuestra una vez más que lo que importa son los resultados físicos.
En este caso, ponerse a bailar música uruguaya de baile.
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