Una niña camina por un bosque. Dos mujeres esperan en un bañado. Se distingue a un tercer personaje en un cruce de caminos. Hay más imágenes. Todas son poderosas. Todas se vinculan por un aire enrarecido: no se puede distinguir el tiempo ni el lugar, los colores son levemente trastornados. Son, como define el artista Pablo Bielli, ficciones anacrónicas. Son en sentido estricto fotografías, pero lo pictórico, es decir, la intervención posterior en coloraciones y texturas, las vuelve obras únicas, imágenes que escapan de la verdad fotográfica para instalarse en el territorio del sueño, de la ficción, de la fábula.
Ficciones
anacrónicas abre con 'Ceriña', la imagen de una niña que camina
en un bosque, que no es en este caso una niña anónima, sino que se
trata de la pequeña hija del fotógrafo, así como los restantes
protagonistas de las imágenes son familiares directos o amigos muy
cercanos. Hay, en esta decisión de cercanía, una evidente comunión
en el juego, en la intimidad de retratos que planeó para desarrollar
una técnica de la que no hay muchos antecedentes en Uruguay.
La serie de obras
que se exponen en Fundación Unión fueron realizadas en su totalidad
en los últimos meses, en el cruce de dos proyectos diferentes que
encontraron en la nueva serie una formulación más o menos
inesperada: por un lado, el libro Anacrónicos y solos (proyecto que
ganó un Fondo Concursable y está en desarrollo); por el otro, la
serie Ficciones anónimas (intervenciones manuales en fotos del
archivo del fotógrafo, trabajo del que existe un registro en video
en la plataforma Slideluck). Bielli hace en cada obra, con la
colaboración de Darío Invernizzi, impresiones digitales sobre
algodón hahnemuhle, y luego de entelar interviene las imágenes
manualmente con tinta, pintura, betún o barniz. Una tarea que –según
cuenta– le insumió mucha dedicación y rigor en el cuidado de la
imagen esencial, la fotográfica, dada la fragilidad de la obra
durante la intervención manual.
***
¿Cómo se genera
el concepto de la serie Ficciones anacrónicas?
Pablo Bielli: Está
fuertemente ligado al proyecto del libro Anacrónicos y solos, que
arrancó en 2015, cuando sentí la necesidad de trabajar sobre la
soledad, de pensar cómo nos sentimos fuera de un tiempo y un espacio
específicos, de entender y sentir que siempre –en el fondo–
estamos solos. De ver cómo día a día tenemos más tecnología que
facilita y democratiza la comunicación, y al mismo tiempo cada vez
nos vemos menos, nos abrazamos menos, nos hablamos menos en el cara a
cara, y hasta nos convencemos de que estamos militando por una causa
justa, detrás de una pantalla, sin siquiera darnos cuenta de que el
espacio de confrontación real es cada vez más pobre y envejecido.
Me pareció interesante mezclar todas estas ideas, y las imágenes en
las que trabajé, con técnicas de intervención que había probado
en Ficciones anónimas.
De modo que viene a
ser la síntesis de dos trabajos diferentes.
P.B.: Lo interesante
fue que esta impronta de mezclar dos trabajos que son inconclusos, en
los que estoy en proceso de elaboración, me dio la libertad de hacer
un corte y mostrar parte de ellos. También me permitió ver el
asunto de una manera diferente. Por un lado, separé versiones
distintas de uno y de otro; por otro, tomé distancia y me sentí
libre como para volver a versiones de una misma imagen pero con una
impronta distinta. Así fue que, a pesar de haber hecho un montón de
bocetos dibujando y luego en papel fotográfico, en muchas de las
obras no me respeté a mí mismo y terminé haciendo otras cosas que
no eran lo proyectado. Esto pasó, más que nada, porque el algodón
es más delicado y me iba devolviendo reacciones distintas de las que
podés obtener trabajando sobre papel.
¿Cómo fue el
proceso de trabajo, de creación de las imágenes y de la posterior
intervención sobre algodón hahnemuhle?
P.B.: Aunque había
hecho algunas pruebas, no conocía a fondo cómo se comportaba y de
qué manera reaccionaba para cada tinta, pintura, betún o barniz que
le aplico. Hice muchos trabajos en pequeña escala, sobre papel
fotográfico, solamente que en esta serie me enfrenté a un material
diferente, lo que me llevó a ser extremadamente cuidadoso. En cuanto
a las imágenes, la mayoría de ellas las fui haciendo durante el año
pasado, así como dibujos y bocetos de vestuarios y locaciones.
En las composiciones
se advierten escenas en suspenso, gente en espera, puntos de
inflexión, incluso acciones en transcurso. ¿Qué tipo de imágenes
buscabas y cuánto hay de onírico en las elecciones que hiciste?
P.B.: Las imágenes
que están ahí vienen de historias que voy construyendo. Todos los
personajes son creados, primero a lápiz y papel, dibujos, garabatos
y cosas escritas. Algunos son apuntes a partir de historias o relatos
que escuché, de cosas que viví o soñé, durante muchos años.
Luego, y gracias a la ayuda de Claudia Copete [de la Escuela
Multidisciplinaria de Arte Dramático] y Marcelo de los Santos [del
Teatro Solís], me puse a hurgar en los depósitos o lugares de
guarda de estas instituciones. A partir de que fui encontrando los
vestuarios adecuados para los personajes, me puse a buscar locaciones
y actores para luego realizar las tomas. Pero las imágenes vienen de
ahí, de esas construcciones que voy generando, en las que voy
hurgando, interviniendo, destruyendo y volviendo a componer con la
edición, cuando se juntan dos o más imágenes que dialogan entre
sí, o cuando se ensamblan dos o mas imágenes intentando contar e
incomodar en algún sentido.
¿Cómo juegan estas
obras en tu trayecto como artista? ¿Qué momento sentís que estás
viviendo?
P.B.: Siento que voy
caminando por los lugares que me dan placer, que es básicamente lo
que busco en el arte, y en la fotografía en general, desde que tenía
17 años, que fue cuando empecé. Busco estar bien conmigo mismo,
divertirme, sentir que logro comunicar lo que me propongo, cuestión
que no se hace siempre fácil y que cuando lo logro me genera un
estado de gozadera, en la intimidad más profunda.
¿Cuánta es la
necesidad de generar ficciones, de poner la marca personal?
P.B.: Entiendo que
muchas veces la realidad supera la fantasía. De hecho, las obras que
pertenecen a la serie Ficciones anónimas parten de capturas de la
vida real, realizadas durante una nota, pero la nueva serie, la
“anacrónica”, está totalmente ficcionada y creada a partir de
estas historias que voy construyendo en mi cabeza. En gran parte me
apoyo en la intervención para romper con la armonía del blanco y
negro, con la belleza tonal que este lenguaje supone. Por otra parte,
me preocupo siempre de que la imágenes tengan valor estético en sí
mismas, más allá de cualquier tipo de impronta gráfica o de color
que desarrolle encima de ellas. Es más: ya he usado la misma imagen,
en trabajos que pertenecen a épocas diferentes, en dos o tres
versiones distintas: intervenida, en blanco y negro, o en sus colores
naturales.
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