el caso de mariana figueroa


Foto: Paola Scagliotti.
Unos años después de escribir la novela El caso de Virginia Tiresias, Mariana Figueroa encontró en el hentai, corriente erótica del comic japonés, un subgénero llamado futanari donde la anécdota de que a una muchacha le nazcan genitales masculinos a causa de un hechizo o poción mágica es más o menos frecuente. Se quedó más tranquila. O no. Tal vez tenía todavía cierto aprensión, antes de la publicación por Yaugurú, a que la peripecia de la protagonista de la novela fuera tomada por una caprichosa acción literaria LGTB o del tipo de soluciones de guion de la serie televisiva Buffy la cazampiros (que está además dentro del mundo de referencias de la autora). Vaya dilema y abanico de posibilidades para lectores prejuiciosos.
Virginia Tiresias es una adolescente en problemas que seduce y mantiene relaciones con una amiga, pero esta le dice que si bien la pasó genial, le gustaría que ella fuera un hombre, por lo que el juego de confusiones lleva a que Virginia se lo cuente a alguien que tiene poderes y los utiliza sin que ella se lo pida para que aparezca entre sus piernas un pene mágico que será uno de los centros de la novela y luego de una oscura guerra entre magos que nada tiene que ver con Harry Potter. O si, pero una trastornada ciudad de Montevideo, en sus calles, bien a la intemperie.
Otro tema que seguramente le preocupara a Figueroa es el de que las lecturas se concentraran demasiado en ese punto, en la bisexualidad, en la desenfrenada carrera de Virginia por entenderse, por aceptarse en su nueva condición y de buscar una identidad que no la incomode (de hecho, no se siente muy bien como bisexual freak). Pero, bueno, todo eso es el motor de la novela, es su principal atractivo y por cierto está muy bien desarrollada la peripecia de Virginia; pero, eso sí, bastante más allá de esa superficie chillona que la acerca a cierto pop de la escritura de Umpi y también al desenfreno porno de algunos textos de Lisardi, El caso de Virginia Tiresias es una novela decididamente generacional, urgente, política, provocadora, por lo que las referencias y lugares comunes habrá que buscarlos en gente de su generación, como Hoski, como José Arenas, también preocupados en los límites del género y 'de género', sin afiliarse a ningún ismo, o incluso en los bordes (y desbordes) sicotrópicos de novelas como Arena, de Lalo Barrubia.

Puede encontrarse cierto aire en tu novela con la narrativa de Lalo Barrubia o incluso de Dani Umpi, en ese entrar y salir de la ficción y del retrato de una generación. ¿Compartís esta percepción?
Mariana Figueroa: Dani Umpi me cae simpático. Mi novela es quizá de lo más estilísticamente posmoderno que he escrito y seguramente por eso viene el parentesco con él. Lalo Barrubia no es propiamente una influencia, pero sí una afinidad: es una de las pocas escritoras uruguayas vivas que, además de generarme admiración, logra conmoverme. Pero no me identifico con el under de los ochenta desde la experiencia vital. Me parece que las vivencias de esa generación fueron mucho más extremas; no era lo mismo ser un under alternativo multiloco en esa época que cuando me tocó a mí y a la gente de mi edad. Quizá con ellos tengamos un cierto parentesco en cierto desencanto vital, y cierta crudeza al describir algunas cosas (particularmente lo referido a sexo, drogas y vida callejera), pero hay hechos que para ellos eran un acto significante y para nosotros una forma más de matar el tedio.

¿Cuánto hay de tu vida y de gente que conociste y conocés entre los personajes?
M.F.: El retrato generacional de El caso de Virginia Tiresias se refiere a las personas que estaban en edad de pensar en construirse una vida (yo tenía 22 años, Virginia 18) en la época de la crisis. Se trataba de jóvenes que no se "integraban" ni a los proyectos tradicionales de familia o progreso, ni a ideales universales de hacer "un mundo mejor", pero tampoco eran propiamente rebeldes o nihilistas, porque nadie les hacía la guerra. Ni siquiera la reivindicación de la bisexualidad del personaje es tan importante como parece. No es que el resto del mundo se le oponga o la castigue, es que le resulta tan natural que no entiende por qué al resto de la gente le llama tanto la atención. Aunque por esa afirmación identitaria termina en una situación casi "homeless", ahí hay mucho de las vivencias mías y de jóvenes de mi generación relacionadas con dar vueltas por casas de amigos o callejear sin rumbo a causa de situaciones familiares insanas, que no necesariamente se daban por cuestiones de opción sexual. Más bien se relacionaban con nuestra propia imposibilidad de construirnos una vida fuera de los lazos familiares, un poco por nuestra propia apatía y bastante más por la falta de oportunidades. Y en estos callejeos ni siquiera se trataba de buscar un espacio de libertad o aventura, como sucede en las narraciones del under de los 80, sino simplemente de procurar un achique para darse una ducha o calentarse agua para un mate. Algo así como 25 watts, pero unos años empeorado.

¿Cuáles vendrían a ser tus influencias, lo que leías y tenías presente en el momento de la escritura?
M.F.: En realidad, en cuanto a las referencias narrativas, lo que tenía fresco en mi mente cuando escribí la novela era Lolita, de Nabokov, textos de Boris Vian, Alfred Jarry y algunas aproximaciones a la patafísica, Woody Allen, el cine posmoderno de los '90 y algo de la ficción televisiva de esa época como Buffy la cazavampiros y Sabrina, la bruja adolescente. Están también South Park, Futurama y los especiales de Halloween de los Simpson, además de algunos relatos de Leo Maslíah como "El animal que todos llevamos dentro" y "La mujer loba ataca de nuevo". A casi nadie se le ocurre relacionar la novela con estas referencias, porque no son productos particularmente feministas LGBT. Me quejo muchísimo, con los pro y con los anti, de cómo ser feminista o lesbiana parece inhabilitar la percepción de otros aspectos igualmente importantes de un texto; por eso me gustó que me trajeras a Lalo Barrubia como intento de retrato generacional y no como literatura "femenina"o bisexual... Del lado propiamente erótico-lésbico, me influyeron mucho unos fragmentos de La bastarda, de Violette Leduc, una novelista del círculo del Cafe de Flore, que fue prologada por Simone de Beauvoir. Y también hay mucho de las leyendas sobre Safo de Lesbos en esas relaciones entre aprendices jóvenes y maestras maduras y experimentadas.

De todos modos, es evidente en la novela -al igual que en algunos textos de Hoski y de José Arenas- una naturalización de la bisexualidad...
M.F.: Me parece que mi afinidad con ellos quizá no se base estrictamente en la bisexualidad. Se trata sí como una forma de mostrarla o contextualizarla, que entiendo que lo describas como "naturalizar", pero en sí es más bien consecuencia de ya tenerlo naturalizado. Creo que los tres nos resistimos a una forma de retratar la afirmación identitaria como algo ahistórico, y por consiguiente a la actitud de que esta afirmación sea un fin en sí mismo. Esa, por ejemplo, es una distancia que tengo con la estética gay de Dani Umpi (a quien le reconozco un mérito en su afirmación, sólo en función de que la hace en Uruguay, o sea en un medio fácilmente escandalizable y ningunero). No estamos en los 80; no sos el re heavy y re jodido por decir que sos puto o tortillera. Personalmente, a los únicos que les concedo la virtud de la valentía por su afirmación identitaria es a los trans, pero no a los homosexuales y bisexuales; no a los de mi generación al menos. Estamos en un nivel en el cual, eso tan vago que llamamos "el sistema" o el "poder hegemónico", ha captado el potencial del público LGBT como sector de mercado. Aunque no nos guste, eso es tan determinante para el interés en ciertos reclamos de la comunidad por parte de la agenda pública, como fue la revolución industrial para la abolición de la esclavitud. Pocos lectores perciben lo importante de esa observación en el desenlace de El caso de Virginia Tiresias. También me siento afín a Hoski y Arenas hasta en la forma en que alguna gente nos lee erróneamente. Algunos lectores siguen aplaudiendo o abucheando la afirmación identitaria en sí misma; cuando la pija de los poemas de Hoski es una excusa para parodiar los discursos de vanguardia y las construcciones literarias canónicas, el pene mágico de Virginia articula un retrato generacional y una sátira política, y la homosexualidad de Arenas está ahí, entre otras cosas, para reformular el tango.

¿Qué significa esta novela en tu obra, y su publicación en cierta forma tardía?
M.F.: Tengo mucha obra inédita entre narrativa, poesía y canciones, pero me ha costado encontrar formas convincentes y accesibles de presentarlas al público, y es una tarea que recién comienza con esta publicación. La novela la escribí entre 2002 y 2006. Antes había tenido un incipiente pero intenso esbozo de carrera literaria, y con 16 años de edad había ganado algunos premios, había publicado en varias ediciones colectivas y había sido creo que la ganadora más joven del Premio Nacional de Literatura en 1997, por una obra de teatro que después enterré. Al momento de empezar la novela estaba un poco quemada con la vida social literaria, había empezado a tocar en los ómnibus y a darle más preponderancia a mis presentaciones como cantautora. Mientras la escribía, me desaparecí de los eventos literarios, entonces dejé de ser un prodigio literario adolescente, y mayormente mi modesta fama se volvió la de una jovencita cantora callejera muy simpática y expresiva pero bastante desafinada. Ponerme a escribir una novela fue un poco una prueba hacia mí misma como escritora, y otro poco un intento de plasmar eso que encontraba en la calle y no en los eventos literarios o en las clases de Facultad de Humanidades. Estaba en una nube de pedos. Pero algo salió, supongo.


((artículo publicado en la revista CarasyCaretas, 07/2017))

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